Seguramente han leído varias historias de mujeres que ayudaron a la lucha independentista de México. Mujeres que vivieron escondidas en cuevas, que sacrificaron por el bien de la nación lo más amado: la vida de un hijo. Mujeres que entregaron sus fortunas o su salud, que recorrieron a pie las ciudades y los campos de batalla, al lado de su esposo haciendo todo lo que fuera necesario y estuviera en sus manos para lograr que sus hijos y los hijos de sus hijos vivieran en un país independiente de la corona española.
Muchas de estas heroínas nos sorprenden con hazañas
inimaginables, como la que les narraré a continuación:
Antonia Nava de Catalán.
Son pocos los datos que se tienen de su niñez. Se sabe que
nació en Tixtla en el actual estado de Guerrero, el 18 de noviembre de 1779. En
su juventud se casó con Don Nicolás Catalán, un hombre que era siete años mayor
que ella, juntos procrearon a cinco hijos varones cuyos nombres fueron: Nicolás, Manuel, Antonio, Pedro y otro cuyo
nombre se desconoce además de tres hijas, Teresa, María y Margarita.
La familia formada por Antonia y Nicolás vivía en Jaleaca
cuando estalló la guerra de independencia el mes de septiembre de 1810. Nicolás
invadido por el hambre de libertad se unió a la causa bajo el mando del General
José María Morelos a finales de 1810, su esposa no sólo decidió seguirlo junto
con sus hijos, sino que también convenció a muchas mujeres de ayudar a los
independentistas como cocineras, además organizó y constituyó un batallón de
mujeres.
El 8 de febrero 1811 uno de los hijos de Nicolás y Antonia
muere en la batalla de El Fortín en el puerto de Acapulco. El General Morelos
llamó a Antonia Nava para darle la triste noticia de que su hijo había sido
asesinado por los realistas y consolarla.
Antonia, al enterarse de la noticia simplemente le respondió:
--"No vengo a llorar. No me arrepiento de la muerte de
mi hijo. Sé que lo hizo cumpliendo su deber. Vengo para enrolar a mis otros
cuatro hijos. Tres pueden servir como soldados y el más pequeño, puede ser un
baterista ".
Por azares del destino Nicolás Catalán quedó bajo las
órdenes del General Nicolás Bravo. Un día del mes de febrero de 1817 tuvieron
que refugiarse en un punto fuerte en el Cerro del Campo a la vista de Jaleaca.
Las fuerzas realistas de José Gabriel de Armijo, los tenían rodeados. Después
de un mes de sitio las provisiones se terminaron y el ejército de Nicolás Bravo
tenía hambre, la desesperación empezó a minar el ánimo de la tropa.
El General Bravo desesperado y sin deseos de rendirse pensó
en sacrificar a un soldado de cada diez para que su cuerpo sirviera como
alimento para las tropas. La orden iba a cumplirse cuando Doña Antonia seguida de
un grupo de numerosas mujeres, se presentaron ante el General.
Antonia alzó la voz una vez más diciendo:
-"Es mejor morir luchando, danos a las mujeres armas y juntos vamos a romper el cerco".
Las mujeres se armaron con machetes y palos y salieron a luchar contra el enemigo. Se escaparon el 14 de marzo de 1817 y a partir de esa fecha Antonia Nava fue llamada "La Generala".
Antonia y dos de sus hijos estuvieron presentes en la firma
del Plan de Iguala el 24 de febrero 1821 y en la entrada del Ejército
Trigarante a la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, a caballo junto a
su marido, Nicolás Catalán.
Nicolás Catalán fue ascendido a general de brigada en 1823 y
el 24 de enero 1828 fue nombrado comandante del estado de Guerrero. La familia
se estableció en Chilpancingo. Nicolás Catalán murió en 1838 y Antonia Nava de
Catalán murió en Chilpancingo el 19 de marzo de 1843.
¡Viva Antonia Nava!
¡Vivan las mujeres que nos dieron patria!
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